Allí donde las palomas adornan la insípida plaza y los viejos como los jóvenes desocupados vienen a tomar los primeros rayos del sol, hallo la desesperanza. Los primeros alimentan las aves y hablan de todo entre ellos, política, sociedad y cotidianidad son sus temas. Los segundos sin un móvil cerca hablan tambien de todo, unos toman café y fuman, otros aferrados a su móvil se pierden en el mar de las redes sociales. Y cuando todo parece normal , aparece la escena de esperanza que cambia el día de sus protagonistas, beneficiarios y de los indiferentes espectadores.
Varios habitantes de la calle jóvenes, arapientos y maltrechos llegan a tomar el sol en las bancas de madera. Llegan comiendo pan y pidiendo monedas. Una chica de elegante presencia llega y se sienta junto a ellos, justo detrás de mi. Nunca le ví el rostro, pero viendo estos personajes a su lado, pensé que se levantaría y fastidiada por esa chusma se hiria. Pero no, se quedó hay tomando el sol.
Al rato un señor vendiendo tintos llegó al escenario, uno de los jóvenes harapientos le pidió un café regalado y al instante sin pensarlo, la chica de elegante presencia y esquisito perfume, pidió café para todos ellos, pago y respondió a los agradecimientos de los jóvenes que se tullian del frío.
Disimuladamente trate de voltearme para ver el rostros de la buena samaritana, pero tan solo ví el abundante pelo liso que tapaba su rostro, se levantó alejándose dejando su rastro aromático de Yanbal quizá.
Estupefacto por la escena de bondad, quise escribirles para esaltar este gesto de la mujer anónima que les quitó el frío y el hambre a los jóvenes que talvez podrán solo comer esta vez. Esperanza entre el caos, renace en los momentos menos esperados. Y nos enseña que dar un poco de lo que tienes a los que necesitan de manera desinteresada marca una diferencia en esta aparentemente apática sociedad.
Precioso gesto!
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Me encanta el texto y desde luego la actitud de la mujer. Un abrazo!!
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Hermosa historia y hermosa la mujer protagonista de la misma… Relato esperanzado y esperanzador, a la espera de ese renacer en el que nada duela, sin que merezca la pena
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