Fría era la noche y el susurro del viento parecía un grito desesperado, pero más desesperado era el llanto del indefenso animal, quizás abandonado. Suplicante su melancolía quería saciar su hambre, sed y sentir de nuevo calor.
Ese calor que sentía en aquel hogar que de pequeño tenía y donde todos parecían quererle. Nunca le faltó su plato de pepitas, su agua limpia y su camita, esa maravillosa cobija llena de pelos, hecha de algodón que tanto le aguardaba del helaje de las noches.
Ahora con frío y la ausencia de todo, espera con sublime esperanza a que aquellos que le decían » lindo cachorrito» volvieran a aparecer y todo fuera una pesadilla.
Nunca llegaron, muchos pasaron y apenas le miraron. Ni un pan, ni una taza de agua, solo miradas indiferentes llenas de una afán insensato. La espera cesó, cuando sus costilla se pegaron al pellejo y su corazón a punto de dejar de latir, vio una luz; que iluminaba aquel rostro de alguien que parecía bueno, con una cobija llena de pelos en la mano y una lágrima rondando por su mejilla.
Christian E Castiblanco