Cuentos Paisanos

El escritor colombiano Pablo Emilio Beltrán Bejarano nos trae un abrebocas de su maravilloso ejercicio literario, con dos textos que evocan de manera divertida  la cotidianidad, las costumbres y la jerga características de esos pueblos coloniales haciendo uso de un lenguaje que marca el regionalismo de el altiplano cundiboyacense y su ciudad natal,  «El tiempo ajeno», que hace parte de la próxima Antología literaria Lectulabranzas que próximamente se lanzará en la ciudad de Facatativa. Además del cuento «Como son las cosas» que forma parte de su libro «Dos aves».

Titulamos su participación con «Cuentos Paisanos», porque definitivamente al sumergirse en su lectura, traen a la memoria recuerdos de antaño, paisajes de la infancia, nostalgias y memorias de pueblitos que hoy ya casi desaparecidos aún mantienen en sus gentes envejecidas esas anécdotas tan propias y tan cercanas (paisanas) que construyen un monumento a la memoria regional.  A divertirse entonces con estas magnificas ocurrencias literarias

 

EL TIEMPO AJENO

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Cada mañana después de las nueve Don Pedro Téllez abría su negocio, un taller de relojería heredado de su abuelo, y que también había pasado por las manos de su padre, en el amplio local siempre hubo una silla de barbero limpia y pulida, aunque nadie la usaba, allí recibía Don Pedro a sus clientes con quienes conversaba mientras agachado fijaba la mirada en alguna de las minúsculas piezas de engranaje de algún viejo reloj mecánico (sus favoritos), o en el módulo suizo o japonés de alguna moderna maquina de cuarzo, las cuales aprendió a reparar más por la necesidad de subsistir con su trabajo que por amor al oficio de tres generaciones de su familia.

– Profesor Gómez, ¿cómo ha estado?

– Don Pedro Igual que siempre, ahí con esos muchachos dando guerra.

Ese era el dialogo de todas las mañanas entre el vicerrector de la Escuela Técnica Secundaria y el relojero de toda la vida, luego el profesor Gómez se acomodaba en la silla peluquera a leer “El Tiempo”, y media hora más tarde a disfrutar de un café negro bien caliente que les vendía el negro Flaminio.

-Se las arregla bien Flaminio. Indicó el profesor sin levantar los ojos del periódico.

-Si a pesar de que tiene una pierna de prótesis camina más que un marchista olímpico, ¿se acuerda cuando el negro llegó al pueblo profe?

-Entonces caminaba con muletas, hasta cuando al fin le pagaron la indemnización, y se pudo mandar a hacer la prótesis. Las palabras del relojero parecían dirigidas a la caja de reloj que en ese momento limpiaba con un pedazo de bayetilla antes de introducir la maquinaria.

-Buenos días Don Pedrito, ese fue el saludo de una chica en la entrada del local.

-Siga señorita, ¿en qué le puedo servir?

– Es que traigo este relojito para ver si me lo arregla. ¿Será que si tiene arreglo?

La chica sacó tímidamente del bolso un reloj plateado de bonita apariencia, pero absolutamente quieto.

-Permítame a ver esa joya. Don pedro coloco la lente sobre su ojo izquierdo e inspecciono el tablero del reloj, luego con una pequeña navaja levanto la tapa y revisó con cuidado la fornitura.

¿Será… que si tiene arreglo?. Pregunto ansiosa la chica. – Es que yo quiero mucho ese reloj.

¿Es un regalo verdad? Pregunto el señor Téllez, poniendo el reloj sobre la mesa de trabajo.

La chica con algo de rubor en sus mejillas, contesto moviendo afirmativamente la cabeza

¿De su novio verdad? -Si señor, me lo dio de amor y amistad.

Bueno, si se puede, pero la verdad no es que le salga barato.

¿Cuesta mucho? -Bueno, no importa yo igual pago el trabajo.

-Unos tres mil pesos (a precio de 1982). Pero me queda bien verdad, es que él me lo dio hace una semana y mire, se paró, no funciona.

-Tranquila, señorita, se lo dejo mejor que nuevo. ¿Verdad, y para cuando me lo entrega?

-Pase en una hora por su joya.

-Muchas gracias, no importa el precio, si queda bien y me lo entrega hoy, es que esta tarde tenemos una cita y qué tal me pregunte por el reloj, yo qué le digo.

-No tiene que decirle nada distinto a que esta funcionando y muy bien.

La chica salió casi bailando del local, Don pedro tomó el reloj y empezó a desarmarlo, retiró la tija, y luego saco la máquina de la caja.

Desde la silla el profesor, sin levantar los ojos del periódico dijo:

-Esa muchacha quiere mucho al reloj, y por supuesto al que se lo regalo.

-Desde luego, pero pobre niña, la estafaron.

¿Cómo así?

Ese reloj es una chatarra, desechable, de usar y botar, un marcapasos chiveado.

¿En serio Don Pedro, pero se ve bonito? Se parece a un reloj de cuerda de esos antiguos.

-Solo en la caja y el tablero, hoy a los muchachos no les gustan estar dando cuerda cada 24 horas al reloj, prefieren los de cuarzo, que generalmente dejan de funcionar cuando se acaba la pila. Este reloj es un cacharro, la caja es de antimonio niquelada, en tres meses va a estar mas negra que la conciencia del que se lo regalo.

Esa es la historia de siempre les dan un cacharro de amor y amistad, y cuando mas al mes ya están aquí mandándolo a reparar, claro después de recorrer las otras relojerías del pueblo.

¿Por qué Don Pedro, es tan complicado arreglar un reloj ordinario, pero si es barato?

Precisamente profesor, por baratos es que nadie los repara, no tiene arreglo.

¿Entonces, qué hace Usted hombre Pedro?

Fácil, si pagan lo que pido, le pongo una caja buena, de acero en este caso, o una enchapada, y una maquina buena, pila nueva y listo, ahí tiene reloj para un buen rato, si piden rebaja, entonces, pues no se les cambia la caja, o se pone una menos ordinaria, o solo máquina y pila.

¿Pero de todas maneras cuesta, poner una maquina nueva, la caja?

La verdad no profesor, los relojeros terminamos siendo acumuladores involuntarios.

¿Cómo así?

-Muchos clientes no vuelven nunca a recogerlos, por eso en la factura se deja claro que después de 30 días no se responde por ningún trabajo, aunque algunos aparecen después de mucho tiempo y recibo en mano a recoger sus joyas, y pues si están, se les cobra el saldo y de pronto algo mas y se les entrega, y si ya no está pues sencillamente se les recuerda la cláusula, y si no traen el recibo, pues mucho menos.

-Ah, ya comprendo, y Usted entonces utiliza esos relojes para reparar otros, buena idea. ¿Pero, acaso cada marca no es distinta? Además, a la muchacha no le dio factura.

La verdad no Profesor, no era necesario el recibo para esa niña con seguridad en una hora va a estar acá por el reloj.

En cuanto a su otra pregunta, muchas marcas finas traen la misma máquina por ejemplo Mido, Tressa, Sandoz, Silvana por decir algo traen maquinas fabricadas por una empresa suiza llamada ETA, son la misma referencia, incluso puede desarmarse un reloj de cada una de esas marcas, revolver las piezas y volverlos a armar completamente sin ningún problema, así las cajas y tableros tengan forma distinta.

Estos relojes ordinarios son chinos, y con una maquina de cuarzo japonesa se pueden reparar bien, nadie se va a dar cuenta y se responde honestamente por el trabajo.

-Que bien Don Pedro ante todo un trabajo honrado, pero me intriga una cosa.

¿Dígame, cuál es esa intriga?

¿Por qué Usted dijo que la chica resultó estafada?

A ver profesor, lo que pasa es que…

-Buenos días señor Téllez. Saludó desde la entrada un anciano vestido de traje gris, con un bastón en la mano derecha y un sombrero en la izquierda

-Buenos días Don Genaro, ¿qué lo trae por acá? Siga por favor.

Señor Téllez, que este aparato se me paró.

– A su edad muy de buenas -Murmuró el profesor.

¿Perdón, qué dijo? Preguntó el viejo haciendo una trompetilla con su mano derecha en la oreja del mismo costado.

-Don Genaro, que me alegra verlo en pie a su edad.

-Gracias profesor, pues no faltan los achaques, pero ahí vamos.

-Camino del cementerio – repuso entre dientes el profesor tapando su rostro con el periódico.

El viejo o no oyó o se hizo el desentendido y sacando de su bolsillo un antiguo reloj de cadena se lo entregó al relojero.

-Haga el favor de revisarlo y por ahí a las tres de la tarde paso por ahí a ver que se puede hacer, el pobre Ferrocarril de Antioquia, ya se está cansando demasiado.

-Que tengan un buen día.

El viejo se puso el sombrero y salió del local cojeando apoyado en su bastón.

¿No le cae bien Don Genaro Profesor?

-Viejo miserable, lo detesto, ese usurero hijo de mala madre dejó a mi papá en la calle.

-Lo entiendo, pero es que… a su señor padre las mujeres mas que nada lo arruinaron.

– Eso es cierto, y mi papá recurría a ese tipo cada vez que necesitaba plata, incluso mi mamá se murió creyendo que algunas de las amantes que tuvo mi papá se las presentó el viejo Genaro.

-Tranquilo profesor, afortunadamente la vida ha sido generosa con Usted.

-Eso es cierto, al menos el viejo Genaro se ve cada día más deteriorado, tanto como ese trasto de reloj que usa, incluso la ropa parece la misma de siempre, como que con los años sus negocios le han dejado de funcionar.

-Para nada Profesor Gómez, otra cosa es que el viejo es tacaño hasta donde no más, gasta más Tarzán en corbatas; ese reloj se lo heredó el papá, y cada rato lo está mandando a arreglar, bueno de hecho se lo ajusto yo de cuando en cuando, y digo ajusto, porque aún quiere pagarme lo que le pagaba a mi papá por la reparación de los relojes que recibía en empeño hace más de 20 años, aunque esta vez se lo voy a dejar bien cuadrado.

-Como para que le marque el poco tiempo que le queda de vida a la momia esa ambulante.

-Más o menos profesor, más o menos.

Buenos días Pedro, Como ha seguido, ¿ya tiene mi Orient?

-Hola Samuel, si, aquí está, tocó cambiarle el volante y la balinera del automático.

¿Entonces estaba bien dañado?

Bastante, pero bueno aquí lo tiene, y trátelo como a su moza o amante.

¿Cómo así Pedro?

Mijo, porque si le digo que lo trate como trata a su mujer, la otra semana lo vuelvo a tener por acá, con esa joya en igual o peor estado de cómo me la trajo.

-Aquí tiene lo que le quede debiendo Pedro, y gracias. Hasta luego.

-Ay profesor Gómez, mi hermanito Samuel que es absolutamente destructivo, yo no sé como le ha durado la mujer.

-Será que la trata bien, claro que después de lo que le dijo de como tratar al reloj, no creo que tanto, bueno hay mujeres que son felices así, o mas bien, se acostumbraron a vivir así

-Don Pedrito. ¿Cómo le fue con mi relojito?

-Aquí está señorita, a sus horas.

-Gracias Don Pedrito. ¿Si está funcionando bien?.

-Yo sí, afortunadamente.

-Ay Don Pedrito, Usted como molesta. Bueno aquí están sus tres mil pesos. Feliz día.

-Va feliz la muchachita con su reloj arreglado, bueno, pero acláreme como es lo de la estafa.

-Sencillo, ese reloj que le dio el novio, como le dije es o mejor, era una chatarra, solo sirvió realmente el tablero y los punteros, no era nada bueno, ni vale mayor cosa, en cambio lo que esa muchachita le dio en agradecimiento por el regalo, le aseguro profesor que debió estar muy bueno.

-Jajaja, jajaja, jajaja. Ay Don Pedro por Dios, sale usted con unas cosas, aunque hasta razón debe tener.

-La tengo profesor, ese es mi negocio de septiembre y octubre, arreglar los relojes de combate que reciben esas niñas enamoradas que los agradecen con un rato o una noche de placer, esa historia la conozco muy bien.

-No me vaya a decir Don Pedro que Usted…

-Si le voy a decir, soy hombre y también fui joven, aunque nunca regale algo tan ordinario, la verdad tampoco se conseguía.

-Lo dejo, ya casi es la hora de salida a descanso de los muchachos en el colegio y debo estar por allá.

-Profesor, antes de irse, camine le invitó el otro tinto, allí en la cafetería del gordo German.

-Bueno, estará de Dios Don Pedrito, camine a ver, pero esta vez yo lo gasto.

 

COMO SON LAS COSAS

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 En este pueblito ubicado en una esquina entre el recuerdo y el olvido, aislado del mundo, que no olvidado de la mano de Dios, porque allí se vivía en paz y tranquilidad, en donde se podía dar el gusto de morirse de viejo, y a veces de aburrimiento, con unos paisajes de altiplano, en donde el sol quema como si por contrato al igual que el viento helado, de ahí que todos sus habitantes vivieran bien  enfundados en su abrigo de cuatro puntas y con una mejillas color de arrebol.

Vivía allí a la sazón y desde un buen tiempo atrás, la verdad, nadie lo recordaba con precisión un curita español (que inicialmente llegó como vicario y más tarde fue párroco)  de edad indefinible, lo mismo podría tener 50, que 70, alto como una torre y fuerte como un roble, siempre sonriente, de mejillas rellenas y una amplia panza episcopal, siempre enfundado en la eterna sotana negra, que no se quitaba ni siquiera cuando de tarde en tarde se atrevía a echarse algún picadito con los muchachos del pueblo, recordando sus viejos tiempos como delantero de la B del Rayo Vallecano, y aunque había podido más la vocación, que andar correteando a la pecosa, aún creía ser el Alfredo Di Stefano del equipo del distrito del puente de Vallecas, inclusive entre dientes alguna vez se le oyó cantar:

– ¡Alabí! ¡Alabá! ¡El Rayo Vallecano! ¡Ra, ra, ra!

Era nuestro cura buen madrugador, y gran predicador, en especial en la concurrida misa del medio día dominical, en donde trepado en el púlpito y con una voz poderosa que retumbaba en la vieja iglesita doctrinera, igual regañaba que felicitaba a sus feligreses, a la vez que como buen pastor, los instruía en las sendas de la fe, aunque como diría algún visitante este pueblito parecía más un convento de clausura, pues entre la semana, sus calles estaba completamente solitarias, (apenas recorridas por la brisa helada bajada del páramo) tanto que alguien habría podido atravesar la plaza desnudo y a la carrera, con la seguridad de no ser visto, aunque claro a las seis de la mañana del día siguiente, ya todo el pueblo incluido nuestro buen cura lo supiera y predicara contra ese pícaro libertino en la misa meridiana del domingo, pues en medio de la semana solo celebraba en media hora, una misa ligera, para los cuatro gatos que concurrían a la iglesia, algún borracho amanecido, algún turista despistado o viajero que quisiera matar el tiempo y arrebujadas en sus mantillas y pañolones negros las infaltables viejitas tridentinas (como solía llamarlas su reverencia), no tanto porque fueran tan o más viejas que el mismo concilio de Trento, sino porque en sus bocas, apenas conservaban tres dientes cada una, y quienes camándula en mano cabeceaban mientras el señor cura despacha la cotidiana eucaristía.

 

También era dueño de un buen apetito, aunque de ordinario se echaba los tres golpes en la casa cural, preparados por la señorita Teresita, una solterona de edad indefinible que tenía las funciones de doméstica, ama de llaves y secretaria parroquial, las cuales cesaba infaltablemente los miércoles para visitar la tumba de Manuel, el esposo que la abandonó recién saliendo del altar, no por su voluntad, si no por una bala perdida que nunca se supo de adonde salió, pero, que condenó a esta viuda virgen a una soledad y luto perpetuos.

Entonces el miércoles día del mercado, su reverencia se trasladaba al puesto de comidas de doña Mercedes Guataquira, despacharse un plato de cocido o de olla podrida como el la llamaba.

-Era un gusto verlo comer – decía Merceditas-, sin prisa, pero sin pausa, se comía su bandeja llena de habas, papas, cubios, chuguas, hibias, papa bandera y una oreja de cerdo, todo esto acompañado de tres botellas de cerveza, y antecedido de un suculento y humeante plato de cuchuco con espinazo, y coronado por cuatro brevas con arequipe, que consumía con celestial gozo.

Otro personaje notable por su estilo de vida y gracias, mas no por su cuna, era Tiberio el bobo del pueblo (porque pueblo que se respete tiene uno), tenía unos cincuenta años y algo así como un metro y medio de estatura, delgado, medio agachado, con una cara de eterna felicidad, vestía en los días de fiesta, cotizas de cuero, pantalón de paño negro remangado a media pierna, camisa blanca un saco de paño que podía ser negro, azul o café, una ruana parda (doblada sobre el hombro cuando hacía calor), un pañuelo azul anudado al cuello, pues decía que era godo y chulavita, y un sombrero de paño negro complementaba la indumentaria festiva. Entre la semana, las cotizas eran de tela con suela de llanta, el pantalón y la chaqueta eran de dril beige, la misma ruana, un sombrero café algo maltratado, y sobre el hombro un azadón a medio uso con el cual recorría el pueblo diciendo que ya iba a trabajar, aunque en su vida con la citada herramienta le habría dado dos golpes al suelo y si había visto surcos y eras solo era de visita en la finca de su abuelo Telésforo.

El Tercero era Ángel de Dios, un mocetón de unos veintidós años, hijo del alcalde, un camaján absolutamente bueno para nada, como no fuera para andar emborrachándose, armando peleas y seduciendo, o metiendo a las malas en su cama o en donde fuera a cualquiera jovencita del pueblo o del campo que fuese de su gusto, no era raro, que de tanto en tanto se arreglase un matrimonio a las volandas entre dos seres de los que nadie sabía que hubieran sido novios, y que el alcalde don Gratiniano obsequiase con una estancia, y casa completamente dotada a los nuevos esposos, y claro los nacimientos de sietemesinos tampoco eran raros, aunque la comadrona doña Anadelina Beltrán, el Médico Alfredo Vargas, ah, y por su puesto el señor registrador don Abelito Rojas vivieran muertos de la risa con estos acontecimientos, pues ya sabían que las bodas arregladas, y los presuntos nacimientos prematuros, solo eran para taparle las faltas a Angelito de Dios, aunque no faltaron los vivos, que por lo menos le metieron también su par de goles al “generoso don Gratiniano” ya que Angelito, era tan buen semental como desmemoriado para recordar sus hazañas.

 

Aunque el asunto era causa de risa y gracia para los vecinos, no así para el antropólogo francés Michael D’pont, que temía a futuro una ola incestuosa involuntaria claro está, como de hecho suponía ya había ocurrido entre estas gentes de piel rosada, muchos ojos grises, verdes y azules, cabellos rubios y hasta pelirrojos, y pus aunque llevaban apellidos tan raizales como Guataquira, Tocarruncho, Martínez, Ubaque, Beltrán, Chitiva, Garavito entre otros, sabían que ese pueblo de “monos” tenía mucha sangre de los alemanes de Geo Von Lengerke y compañía que en días de ocio y cacería se habían adelantado hasta estos páramos en donde dejaron su descendencia, que obvio esta solo llevó el apellido de la madre, aunque ya había monos y pelirrojos en la región desde tiempos de la conquista, descendientes de los alemanes al mando de Jorge Spira, que pasaron por estas tierras, de hecho al pobre Michael D’pont le tocó salir corriendo del pueblo en el baúl del carro del médico Vargas, luego que por sus comentarios publicados en un diario de la capital, fuera declarado persona no grata por el Alcalde y el Concejo y los vecinos lo buscaran para quemar vivo en la plaza al impío masón francés, por andar injuriando la honra del municipio y sus habitantes.

Volviendo a nuestro cura, tenía este dos posiciones inestimables, una antigua bicicleta Humber negra, con la cual recorría las calles y caminos del pueblo asistiendo enfermos, realizando visitas a las escuelas rurales y visitando la finca de algún amigo, (que no pocos tenía), para pasarse una buena tarde jugando al tute, la otra posesión era una ruana negra, tan grande como su dueño y que infaltablemente lo acompañaba en sus recorridos, y en las mañanas y anocheceres en el pueblo.

Desde hacía algunos días su reverencia, andaba mohíno, y un poco cabizbajo.

– ¿Qué le pasa padrecito, que tiene sumerced? Pregunto Merceditas el miércoles mientras le servía la bandeja de cocido.

– Vamos hija, que me ha entrado una preocupación, y la verdad no sé qué ha pasado.

– ¿Y se puede saber cuál es la cuita que acongoja a su reverencia?

– A ver Mercedes, pos nada, que se me ha perdido la ruana.

– Ah padrecito, esas no son penas con tantas que se hacen en este pueblo, no habrá de faltar quien le venda alguna barata, o incluso hasta de buena gana le regale su abrigo de cuatro puntas hecho de lana virgen.

– Si Mercedes de lana virgen de chiva vagabunda.

– Jajaja, su reverencia, Usted sí que sale con unas ocurrencias.

– Ocurrencias o no, hija, lo cierto es que a esa ruana la  aprecio mucho, fue el regalo que me dejó el padre Coloma, cuando se fue a descansar, ese viejecito fue un gran servidor de Dios.

-¿Ansina es Padrecito?, entonces como dice la señorita Teresita, esa ruana es de antes del diluvio, más vieja que Matusalén, ya hace años que debió haberla cambiado.

– Pues hasta sí, pero vamos hija.., son recuerdos del alma… Un suspiro involuntario se le escapó al curita

– Padrecito, recomiéndele al Tiberio, ese que anda por todas partes de pronto sabe algo, o le puede ayudar a buscarla, una nunca sabe, ese bobito es un vivo.

Acabado el almuerzo el curita salió a caminar un rato por las desiertas y frías calles y en la entrada de una tienda vio a Tiberio, con su infaltable azadón.

– Tiberio ven acá, necesito hablarte.

– Bendición padrecito – Está bien en el nombre del… la bendición se perdió en un murmullo arrastrado  por una ráfaga de viento de agosto bajando del páramo.

– Diga pa’ que soy bueno padrecito.

– Para que me ayudes a buscar mi ruana que se me ha perdido, por no decir que me la han robado.

– Claro padrecito, para el domingo le tengo razón, pero quiero una cosita a cambio.

– A ver hijo ¿Qué quieres, como no sea dinero?

– Plata pa ´que sumerced, yo lo que quiero es que me saque como a un santo, en proce…, esa cosa padrecito.

– ¿Vos quieres, que yo haga una procesión contigo? Preguntó el curita frunciendo el ceño.

– Si padrecito, es que a yo eso me parece muy gonito eso, que lo lleven a uno allá encaramado en las cosas esas donde llevan a los santos.

– ¿Con que quieres que te saque en andas verdad?

– Eso padrecito, no pido mucho.

– ¿Qué no?, bien complicado lo que me pides, donde se me ocurra y se entere el señor obispo, cuando menos me va a halar seriamente las orejas.

El señor cura se quedó callado, sacó del bolsillo una vieja pipa de espuma de mar y parsimoniosamente la encendió, sin dejar de mirar a Tiberio, y luego de darle un par de pitazos y mirándolo a los ojos.

– Esta bien sea lo que quieres, solo una cosa te pido, no me vayas a fallar.

– Para nada padrecito, yo le cumplo, eso sí, que sea con banda y pólvora.

– A ver con toda la solemnidad del caso, bueno, pues así se ha dicho, así se hará, el domingo a las once de la mañana.

Llegada la fecha convenida, Tiberio se sentó gozoso en la silla que había sido amarrada sobre las andas adornadas con flores, y los cuatro cargueros las levantaron sobre sus hombros, iniciando así la hilarante procesión, que su reverencia vestido de capa pluvial disimuló con el rezo del santo rosario alrededor de la plaza, al llegar a la primera esquina de la derecha, el curita entonó.

– Decidme Tiberio hijito, sabes que ha pasado con mi ruana.

Se oyó algo más chillido que cantó – En la otra esquina le digo.

Los concurrentes a duras penas ahogaron la risa, mientras la procesión continuaba, y en las siguientes dos esquinas se oyó la misma pregunta y respuesta, que casi arrancaba carcajadas a los participantes.

Finalmente en la última esquina y luego de la pregunta de rigor, se oyó de nuevo la voz chillona de Tiberio.

– Si se padrecito en el atrio le digo.

Llegados al atrio, finalizando el recorrido la solemne voz del señor cura sonó fuerte con la pregunta, y se oyó la chillona respuesta, aún más aguda

Si padrecito, si se, se la robo Lola. El populacho ya no aguantaba la risa.

– Decidme Tiberio hijito, ¿cuál Lola se ha hurtado mi ruana?

– Lo ladrones Curita, resonó el chillido, y la sonora carcajada de la concurrencia, los cargueros bajaron de golpe las andas, Tiberio saltó como un conejo y salió corriendo a toda velocidad, antes que lo alcanzara el feroz puntapié que le enviara el viejo delantero hispano.

Dicho esto su reverencia entró a paso rápido a la sacristía para reponerse de la pesada broma y prepararse para la misa solemne del medio día, ya que en ese momento Gilberto el sacristán, estaba dando el segundo toque de campana llamando a la misa.

 

Empezó la misa en un ambiente enrarecido, y aprovechando que se celebraba la solemnidad del buen pastor, su reverencia explicó a la concurrencia que precisamente para  cumplir con su deber de pastor de almas iba a recordarles los sagrados mandamientos de la ley de Dios, y empezó la prédica, y al llegar al no robarás, no dejó de mencionar que los ladrones, sabe Dios quienes, se le habían robado la ruana, recuerdo del difunto padre Coloma, que Dios en su gloria tenga,  y siguió predicando, al llegar a “No desearás la mujer de tu prójimo”, hizo una pausa para tomar aire.

Entonces de la segunda fila de bancas, sonó el vozarrón de Ángel de Dios.

– Oiga Cura, ¿ya se acordó en donde fue que dejó la ruana?

Un leve murmullo de risa estalló en general carcajada, su reverencia parado en el púlpito como una estaca, se fue enrojeciendo hasta quedar como un pavo haciendo la rueda, y clavando una mirada de ira contenida en el Mocetón irreverente.

– Escuchadme bien Ángel de Dios, claro que me he acordado que la ruana se me ha quedado encima del catre de tu madre, y que te quede bien claro, que quien te lo dice es tu padre.

Un silencio sepulcral reinó en el ambiente solo se oyó una ráfaga de viento en la calle, el lejano ruido de la plaza y el chisporrotear de los cirios.  El color natural del señor cura regresó de golpe, y con paso solemne descendió del púlpito hasta el altar; entonces el coro parroquial y el armonio del maestro Anselmo, inició el canto de ofrendas, sólo se oyó entonces: “Señor te ofrecemos…Entre tanto el señor cura atrás del altar recibía el cáliz, la patena y las vinajeras al monaguillo, y la misa continuó…

Pablo Emilio Beltrán Bejarano

Pablo 1

Comunicador social egresado de la UNAD, actualmente candidato a maestría con énfasis en educomunicación.
Técnico profesional en Procedimientos Judiciales, Técnico en Comunicación Audiovisual, con Diplomados en Gerencia de la Investigación Judicial, en Periodismo digital en Comunicación organizacional, elearning y en Construcción de redes sociales. Actualmente trabajo como auxiliar judicial 2 en la Corte Suprema de Justicia. Autor de la obra «Dos aves», publicada por editorial Páginas de Agua, y lanzado en la Filbo 2018.

 

 

 

 

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