Chascos pa’ contar: La licra púrpura.

Decora el andén de inerte asfalto, el paso suntuoso de una mujer despampanante, vestida de una licra púrpura. Que ceñida al cuerpo enmarcaba atractivamente sus formas cuasi perfectas – hablando del efímero estándar de 90, 60, 90 –.

La escena andante robaba un centenar de miradas – incluida la mía sinceramente -. Miradas de todos los matices: siniestras, oscuras lujuriosas con ojos desorbitados que vomitaban vulgaridades disfrazadas de halagos. Las de envidia femenina y hasta masculina, las hipócritas puritanas que le señalaban inquisidoramente.

Y algunas, las de contemplación artística, esas de humilde admiración natural tal como se mira una orquídea floreciente o un ocaso llanero. Imágenes que inspiran poemas, canciones y obras de arte. Una mirada distante de la perversión, más bien mortal, consciente de la temporalidad de lo tangible; sucesos fugaces que se inmortalizan en el Olimpo del arte. Porque al fin la belleza se marchita para ser semilla, un alma que en esencia es huella perdurable hecha letras, lienzo, música o escultura.

Y así con este fugaz pensamiento admiraba las bellas formas femeninas de la anónima vestida de licra púrpura, la cual se fue esfumando entre el gentío que la desnudaba, juzgaba, envidiaba y elogiaba a punta de miradas. Seguí mi camino hacia… ¡Caramba, se me olvido!, lo que hace una licra púrpura bien vestida.

Christian E. Castiblanco, Chascos pa’ contar 2020

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