Crónica indígena, la primera llegada

Hombres extraños con la cara color de *Chía, con los cuerpos acorazados y siendo uno a veces con una bestia de cuatro patas, ya habían llegado a pisar la sagrada tierra que hoy me aguarda tras la agonía después del triunfo.

* Luna en lengua Muysca

Éramos tribus prósperas entrelazadas por el sagrado vínculo de la humanidad, aliados entre si y con la naturaleza nos dábamos unos a otros lo que nos hacía falta. Las reglas eran estrictas y el conocimiento se daba de acuerdo a la marcha, pero en el rincón del alma de un joven vivaz empezó a aflorar una curiosidad con un tinte extraño que después se sabría que era avaricia.

Aquel día de velos azules y sol espléndido, el gran lago trajo en su regazo unas grandes canoas vestidas de lana, guiadas por el gran faro de diamante sobre la pirámide que brilló sin que nadie lo esperara, su resplandor se vio a kilómetros y también se oyó el grito desgarrador del joven curioso que como si hubiera visto un espanto salió del templo piramidal esfumándose entre los telones de selva.

«Llamó a los dioses antes de tiempo», susurro el sacerdote que un costado de la Sierra Nevada divisaba la escena cabalistica, «prepárense para la defensa» dictó al escribiente que voló cómo rayo a entregarle la enmienda al gran Cóndor mensajero que llevó la primicia a todas las tribus del Imperio Indígena. Llegó primero a los Músicas, Incas y Araucanos que montados en sus Cóndores surcaron el cielo hacia la costa del encuentro. Mayas, Tribus del norte y Aztecas al lomo de los jaguares emprendieron el viaje.

En la costa sin permiso los barbados invasores trancaron sus canoas, despojaron sin medida las palmeras y los platanales para saciar su avaricia estomacal, ultrajaron a los residentes, quemando sus frondosas chozas, quitándoles los dorados aretes y el abundante grano almacenado. El lloro y la angustia la llevo el viento por doquier para que la defensa apurara el paso antes de que las lanzas de fuego y las hojas cortantes siguieran destrozando todo a su paso.

Un hombre regordete saciado de tamales y envueltos, reposaba su gula sobre los despojos de un techo de palma destruido, cuando vió un enjambre oscuro que cegaba el cielo, ¡Buitres, buitres! se le oyó decir mientras corría hacia el bacanal de la usurpación, la media centena de acorazados tomaron sus armas y como fieras enjauladas daban vueltas por doquier, pues el monte empezó a rugir, mientras el cielo se oscureció de alas negras.

Uno de ellos con un gran madero cruzado, cayó de rodillas sobre la tierra y empezó a murmurar palabras inentendibles, mientras los demás hacían una extraña seña repetidamente, sus bestias salieron despavoridas al presentir la fatídica escena. El primer trueno se oyó de la mano de uno de los acorazados aterrados y del cielo cayeron las garras, de la espesa selva guerreros montados en jaguares empezaron la defensa.

Aunque aterrorizados los invasores daban lucha usando sus artilugios exterminadores pero la valentía de la perfecta sinergia entre criatura y hombre terminó por cegar la vida de los foráneos. Tan solo uno que al escabullirse de la batalla logró correr hacia una de las grandes canoas sin antes pasarme su hoja filosa por mi moreno pecho mientras escribía ésto sobre el códice virgen.

Aún con vida y con el asombro de ver al joven curioso que esperaba al asustadizo sobreviviente sobre la gran canoa con un papagayo en el hombro y una gran  cadena de oro con piedras verdes que le entregaba para que no le cortará el pecho igual que a mí, sentí el olor de la victoria entre la brisa del gran lago. Los dos hombres se alejaron unidos por un solo sentimiento, la avaricia en sus ojos que me dejaron el sinsabor de que pronto volverían.

Aquel códice guardado con celo dejaba la predicción que los acorazados retornarían, porque aquella primera vez dejaron una putrida semilla, unas nuevas y mortales dolencias asolaron el Gran Imperio Indígena, hubo una intempestiva ruptura con el equilibrio natural, las criaturas empezaron a temer a los hombres y las tribus se empezaron a enemistar, forjando así el futuro declive.

Christian E Castiblanco, DR 2021

Imágenes tomadas de la red.

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