La urbe se alza como una masa asfáltica interminable, sus horizontes grises, inertes e incoloros se tiñen a veces de trazos soberbios que alumbran la ausencia y acompañan el frío citadino…con su aliento de aerosol.

Se alzan los murales mudos mirando los contrastes, florecen en su quietud entre los despojos de las masas, su impronta de símbolos exclaman al bullicio una sinfonía de cánticos subversivos .

Irónicas paradojas, libros abiertos que hablan del destino. Ayeres aún latentes, presentes en el limbo, futuros utópicos…la melancolía de los sueños fallidos, querella al dios de los oprimidos.

Yacen sobre el muro la firma de los anónimos, sus máscaras risueñas esconden una inmensa tristeza…sin fin de colores y formas que se burlan de la realidad impuesta y de los embates del despiadado establecimiento.

Simulaciones de alegrías, colores vivos que maquillan la nostalgia, una obra de arte a la desilusión de los días… falsos profetas que anuncian la desdicha. Aún entre el ruido y la indiferencia algunos ojos oyen su proclama.

La mística ambrosía trae la remembranza de dioses vencidos, una musa multiforme que inspira el muro que la sostiene, viste la escena de vida entre los despojos muertos de piedra.

Artesanos de la felicidad entre lo caótico de la tristeza vendida, anuncios roídos por las horas que insisten en vivir con la rienda de los verdugos. Cada trazo es un suspiro de un alma libre que escogió sus alas y partió hacia el exilio huyendo del tiempo impuesto.
Fotografía y edición: Christian E Castiblanco.