Versos macondianos que traen una hojarasca de de llantos y angustias. La simplicidad de los días en escenas cotidianas dentro del teatro macabro, propiciado por los poderosos en su interminable gula. El tolimense Edison Peralta González nos comparte el eco melancólico de una poesía de triste pero necesaria remembranza, para que aquello que causó tanto dolor a un pueblo se recuerde y no se vuelva a repetir. Pasando la página de este círculo vicioso en la historia colombiana y así empezar a escribir un nuevo rumbo.
XXXVII
Pequeña semidiosa de la fronda
estandarte de hitos sin reposo,
no sé de ti. Hace mucho que me vine
a hurgar mi angustia en el destierro,
no sé de las luchas del árbol,
de tu cuerpo ignoto,
del dolor de tus calles indignadas,
del robo de la tierra,
de la esquelética figura de mi escuela,
de tus chagras incendiadas,
del sueño sagrado de los míos.
Solo tengo un poco de amargura
rasgando mis entrañas,
un destino letal en la tormenta,
un tirano celebrando la angustia de mi chagra,
una voz lejana asomándose
a la hilacha de mis huesos.

XXXVI
Después de la huida
el sueño de la chagra quedó herido
inhalando impurezas en el tiempo,
la súplica del agua y el árbol
muriendo en la espesura
como una ruta intransitable
de mundos sin retorno.
así acudí en infantil desvelo
a resarcir las rozaduras de mi huerto.
Hallé unas hojas disueltas en la nada,
un acervo de huesos insepultos
en el borde de la zanja,
una voz fantasmal en la colina.
y me quedé dormido en los tablones
como una sombra envejecida
deshilando las luces de la historia.

XXXV
Cuando sepas de mí,
cuando te atrevas
a leer mis versos y escuchar mi canto,
cuando avizores la esquelética figura de la hierba
y aminore la tormenta que dislocó tus huesos,
cuando escuches el grito lastimero de la noche,
la voz entrecortada del huyente,
el lánguido tañer de las campanas
y se aproximen los rituales
a los resbaladizos atajos de tu historia,
cuando pases este acervo de páginas luctuosas,
escucharás la sinfonía de los poetas
en el ineluctable dolor de las palabras.

XXXIV
Aún en el vacío y las playas
de este incógnito mar de ruido y llanto,
merodeo por las amargas vertientes de la historia
En busca de los vientos y las olas
que ahogaron la cosecha y los baldíos
para cubrirte con la sombra
de mis brazos y mis dedos,
con la verdad de los difuntos
que se cruzan en infernal desvelo,
que gritan
y lloran
y me llaman
en el límite voraz de su abandono

XXXIII
Pueblo mío,
tantos años,
tanta ignominia,
tanto dolor acumulado en las raíces de tu historia,
tanta inercia,
tanto afán de abrazar tus calles averiadas,
de asomarme a los ventanales de cuerpo afable,
de advertir las huellas de tus manos,
el sudoroso temblor de tus caídas,
las luces que un día se apagaron
como la sombra
de esa tristeza tuya que me sigue.
Te he escrito muchas cosas
querida heredad de los plantíos,
musa eterna,
inspiración de mi alma,
indócil diosa,
piedra herida,
cerco abismal de los huyentes.
Ya es septiembre
de este año de infernal locura,
y te veo inmensamente triste
como los ojos de la noche al pie del obituario,
como la muerte disfrazada en los rituales del olvido.

Edison Peralta González, Septiembre 2022
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