Confesión para ser absuelto de mí mismo del escritor y librero colombiano Juan Carlos Carvajal Sandoval, es un compendio poético que te hace reír y pensar. Una Oda a lo inverosímil, a lo cotidiano y a la simpleza desfigurada por el afán de los días. Aquí recogimos para nuestros queridos lectores cinco joyas te esta obra maestra que es una radiografía del alma de su autor, un manifiesto de amor comparado al Cantar de los cantares y unos proverbios – yo diría – bien logrados, para escapar de las sombras que nos acechan, aprender de la caídas para saber levantarse con el único fin de construir un camino que deje un rastro para la posteridad.
Bienvenid@s a la bitácora de Juan Carlos

Mi Ítaca
A Ivonne, mi iluminación, mi Ítaca
En verdad, cielo, Penélope, sí que he sido un Ulises, sí que he sido un maestro en el arte de estar perdido, transformado en mi propio villano.
Perdí mi rumbo ahogado en el fuego y el abrazo deleitoso de las adormideras a las que hice amantes y me entregué con veneración. 15 años navegue entre sus fauces sorteando sus Escilas, sus Caribdis, sus besos de humo afilado en los que la noche parecía desnuda ante mis ojos y el sol me encendía casi hasta la sangre.
7 años primero, permanecí cautivo en la botella, la caja de Pandora, edicto salvaje, que desató mis huracanes.
Y ahora anhelo volver, anhelo volver, a la rosa de los vientos que es tu pubis en donde crece la más pura madera de Olivo. Allí construiré mi hogar, mi simiente, en tu templo de hojas que alcanza la espesura e ilumina, como estrella, mis tinieblas.
Porque ya tengo barba blanca, y no hallé a Aquiles en el Hades ni rastro alguno de heroísmo, solo ardor en mis entrañas, úlceras, laceraciones, pulmones perforados por el frío.
Ahora respiro y mi aliento proviene de ti, de tus piernas que me antojan como nubes, de tus labios que nunca agotan su agua fresca.
Sé que me llamas en cada canción que acude a mi memoria, en cada eco familiar del aire. También yo te llamo, te invoco y ruego al cielo que el viento sea favorable.
Volveré a ti, a tu pecho de isla, a la Ítaca de tu vientre, y seremos una misma historia, una misma carne, como ha sido escrito, en el telar de nuestra espera

Poeta
¡Mírenme! ¡Soy poeta!. Miren como levito en mis nubes de letras, sentado sobre mi orgullo, crudo de vida, temblando ante la oscuridad.
¡Contémplenme en mi trono de aire! Hago de la palabra mi reino, y exilio a los indignos. Creo mafias, guerrillas, cárteles de verseros, que defiendan mis territorios.
Moriría si cayera desde la cumbre de mi ego y desaparecería si en verdad creyera en mi soledad

Trabajo
Te estás matando por vivir, Paul Gillman
Trabajo… la palabra se desborda y quiebra los labios, inalcanzable como el castillo a 30 años de 60 metros cuadrados donde caben todos, sin sus almas custodiado por cuotas invisibles.
También hay que pagar por morir, no lo olvide, y es cara la noche en el cementerio.
En la procesión del mediodía el sol calienta el paño y las corbatas aprietan como horcas.
Se suda por dentro. Se sangra por dentro
Hay que dejar la carne en el vestido para ser escuchado por los dioses Bitcoin y Criptomoneda, dioses que tampoco nadie ve. Antes, por lo menos, la moneda sí era oro.

Oda a la empanada
¡Oh, tu reina abultada! loada seas, poema objeto, luna menguante de trigo y arroz.
Talón de Aquiles de los gordos, de los gordos que, como yo, te miramos con lujuria contenida en las vitrinas y luchamos contra bombillas calientes para levantarte en grasosa victoria.
¡No podemos tenerlas a todas! Tu crujir es música aceitosa, ¿Cómo decir que no a una empanada de lechona si su solo nombre es oración?
Festín del hambriento, deleite del borracho, botín del mendigo.
Eres más antigua que Cristo. Los griegos te bajaban con vino y los turcos te llamaban Falta. Los italianos sí que te gozaron, pues te conocieron en tamaño gigante. También los gallegos que te rellenaban de mariscos.
Mi tiempo también se ha dividido antes y después de tí

Oda a nuestra gata
A Juanchita
Amo tenerla cerca, así le huela la boca a canaleta, que amase mi barriga con sus patas pizzeras, abullonadas y mugrosas.
Me encantan sus maullidos que me buscan desde el otro extremo de la casa y también contestarle, imitando su lenguaje. Le sonaré como gangoso o tatareto, pero nos entendemos.
Me deleita su exclusividad con las croquetas y la comida de sobrecito, aunque también me reciba de la mano trocitos de cábano y salchichón.
He llegado incluso a amar que entre de madrugada lavada como un trapero pidiendo ser arropada.
También, que salga de cacería y dejé las puras alas de una paloma del lado de mi cama, como trofeo y muestra de amor.
Me fascinan sus piquetes, rasguños, y mordiscos. Incluso que se afile las uñas en la funda de mi guitarra.
Pero sobre todo, esa blancura que no solo está en su piel. Con sus ojos azules, ella es lo más parecido que conozco al cielo.

Juan Carlos Carvajal Sandoval, Confesión para ser absuelto de mí mismo, Acid House Ediciones 2020
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