La escena ya finaliza
con el cielo diurno fundiéndose en la lejanía
dejando rastros de naranjas y rojos trazos como si el cielo se rasgara las vestiduras para mostrar sus pechos nocturnos.
Y éste vistiendo su desnudez de lentejuelas empieza a mostrar un par de diademas.
La una al este de blanca brillantez y la otra al oeste de naranja vestidura,
compiten por brillar en el seno de la inmensidad ya apagada.
Los cerros a la noche, parecen abismos inconmensurables, hipnotizantes vacíos coronados de inertes luces rojas en gélidas torres y mantos de niebla invadidos de neón.
El viento danza al son de un tango furioso trayendo aromas de lo vivo y lo muerto
de un mundo que aparece en la mente al inhalar sus bramidos
esos mismos sollozos del silencio
que salen alegres porque el insoportable bullicio yace durmiendo,
a la espera…
a que empiece de nuevo
el teatro cotidiano.
Christian Casbaker.